Los invitados al banquete de bodas (cf. Mt 22, 1-14)
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La gente de Roma estaba sorprendida; Fabiola, una viuda que provenía de una familia rica e importante, y que hasta entonces no había estado cerca de Dios, recapacitando sobre sí misma, se inscribió entre los penitentes. Y después de recibir la comunión, destinó sus bienes a los pobres y fundó el primer hospital en Occidente.
“¡Cuántas veces cargó sobre sus hombros a enfermos invadidos por la ictericia o la gangrena! –comenta san Jerónimo– ¡Cuántas lavó las llagas, que otros ni se hubieran atrevido a mirar!”[1].
Santa Fabiola descubrió que Dios, que nos ha creado, nos ama tanto, que envió a Jesús para que, liberándonos de las cadenas del pecado que nosotros mismos nos pusimos, nos compartiera su Espíritu y nos condujera al banquete eterno de su amor[2], en el que enjugará nuestras lágrimas, destruirá la muerte, y nos hará felices por siempre[3].
Fabiola comprendió la grandeza sin igual de lo que Dios le ofrecía[4]. Y aceptando la invitación al banquete divino, se entregó con pasión a la oración, a la penitencia, al conocimiento de la Palabra de Dios[5], y procuró estar siempre preparada, vistiendo el traje adecuado ¿Cuál es ese traje? Responde san Gregorio: el amor[6]. Ese amor que, como dice el Papa, permite construir una gran familia donde todos nos sintamos en casa; ese amor que que impulsa a amar al otro, y que nos mueve a buscar lo mejor para su vida[7].
Y nosotros, ¿cómo respondemos a la invitación de Dios? ¿Le hacemos caso? ¿O tenemos otras prioridades? ¿Cómo reaccionamos ante sus mensajeros, que pueden ser papá, mamá, la esposa, el esposo, un hijo, un hermano, un amigo, una catequista, un misionero, una religiosa, un seminarista o un sacerdote? ¿Descubrimos detrás de su invitación a Misa, al catecumenado, a un curso, a un grupo o a un apostolado, que Dios nos ama y se interesa por nosotros? ¿O los ignoramos y hasta los maltratamos?
¡Cuidado! Porque cuando despreciamos las ayudas que Dios nos envía nos estamos pareciendo a aquel mosquito al que su mamá le advertía: “Vuela con cuidado, porque hay muchos peligros”. Pero éste contestaba: “¡Mentira! Cuando vuelo todos me aplauden” ¡No se daba cuenta que la gente no le aplaudía sino que trataba de aplastarlo!
A pesar de que seamos testarudos, Dios, que nunca deja de amarnos, nos sigue invitando de muchas maneras al banquete de su amor, que hace la vida por siempre feliz. Hagámosle caso. Démonos la oportunidad de participar, vistiendo desde ahora el traje del amor, que debemos llevar siempre, en casa, en la escuela, en el trabajo ¡en todas partes! Ese amor que es comprender, ser pacientes, justos, serviciales, perdonar y pedir perdón.
¿Qué es difícil? Sí. Pero, como recuerda san Pablo, Dios remedia espléndidamente nuestras necesidades[8]. A través de su Palabra, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, y de la oración, Jesús nos ayuda con la gracia de su Espíritu a vestir el traje del amor a Dios y al prójimo, para que podamos participar desde ahora en aquel banquete que hace la vida feliz en esta tierra y felicísima por siempre en el cielo.
Mons. Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Carta 77, 4-6.
[2] Cf. Sal 22.
[3] Cf. 1ª. Lectura: Is 25, 6-10.
[4] Cf. Aclamación: Ef 1, 17-18.
[5] Cf. Carta 77, 7.
[6] Homiliae in Evangelia, 38.
[7] Cf. Fratelli tutti, 62. 94
[8] Cf. 2ª. Lectura: Flp 4, 6-9.

