“Enseñaba como quien tiene autoridad”. Reflexión de Mons. Ruy Rendón para el domingo 01 de febrero de 2015.
“Enseñaba como quien tiene autoridad”.
Deuteronomio 18,15-20
1Corintios 7,32-35
Marcos 1,21-28
Dos importantes temas de reflexión nos sugiere este domingo la Palabra de Dios. En primer lugar se destaca la predicación (enseñanza) que Jesús hace del Evangelio y, en segundo lugar, la valoración que hace san Pablo respecto de la vida de soltería.
Jesús enseña la Palabra divina con una maravillosa pedagogía. Aprovecha la reunión semanal de los judíos en la sinagoga de Cafarnaúm. Les habla al corazón tomando para ello, seguramente, los mismos textos bíblicos que ese sábado habían sido leídos ante la asamblea. El hablar de Jesús es un hablar claro, sencillo, entendible y, a la vez, profundo. La gente lo escuchaba con gusto y con asombro; había algo en sus palabras predicadas que sonaban totalmente diferentes a como ellos estaban acostumbrados oír cuando los escribas enseñaban la Ley de Moisés. La gente decía que Jesús enseñaba con autoridad y no como lo hacían los escribas.
Pero, ¿qué significa enseñar con autoridad? La predicación de la Palabra de Dios hecha por Jesús era, sin duda, una predicación respaldada por una vida congruente, honesta, transparente, bien intencionada, llena de buenas acciones a favor del prójimo más necesitado. Esto, y además el hecho de oponerse radicalmente al mal en sus diversas manifestaciones, como lo constatamos en el evangelio de este domingo al expulsar un demonio, le daban a Jesús tal autoridad: “Jesús le ordenó: ¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él”.
Nosotros, como bautizados, tenemos una clara invitación de parte del Señor. En efecto, nuestra misión de transmitir el Evangelio, hablar de Dios a los demás, compartir a los hermanos nuestra experiencia de fe, enseñar la doctrina cristiana, necesariamente debe estar apoyada por una vida intachable de amor a Dios y al prójimo. ¡Qué gran responsabilidad!
San Pablo, en la segunda lectura, nos presenta una reflexión interesante y que en ocasiones no ha sido muy bien comprendida. Se trata de la oportunidad tan grande que tienen las personas solteras, célibes, de orientar toda su vida hacia Dios nuestro Señor, Supremo Bien, consagrándose a él en cuerpo y alma. San Pablo comparte, en cierta forma, su propia experiencia celibataria, y lo hace convencido que es el mejor estado de vida, ya que de esta manera el corazón de un(a) consagrado(a) se mantiene indiviso, totalmente para Dios.
Hoy le suplicamos al Señor, con el salmista: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”, recordando que, antes de predicar la Palabra de Dios a nuestros hermanos, debemos escucharla atentamente y ponerla en práctica. Amén.
No olvidemos orar también por los hombres y mujeres de la vida consagrada.
+Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros