No teman, ustedes valen mucho. Den testimonio de mi (cf. Mt 10, 26-33)
…
Seguir a Dios y vivir como él enseña, a veces da miedo. Porque el rechazo de los que lo desprecian o que viven como si no existiera, recae sobre los que lo siguen [1]. Así lo padeció el profeta Jeremías, quien por vivir coherentemente y hacer ver qué es lo correcto y qué no lo es, se ganó el rechazo de la gente. Hasta sus amigos cuchicheaban en su contra, esperando que tropezara y se callera, para vengarse de él [2].
No obstante, creyendo firmemente que Dios estaba a su lado ayudándole, Jeremías se mantuvo fiel a la verdad, y siguió adelante, confiando que el Señor da ánimo y llena de alegría a quienes lo buscan [3]. ¡Una alegría plena y eterna!
Pero, ¿porqué este rechazo a Dios y a los que lo siguen? Por el pecado; esa desconfianza a la que el demonio indujo a la humanidad, y que abrió las puertas del mundo al mal y la muerte. Sin embargo, Dios se hizo uno de nosotros en Jesús para rescatarnos, darnos su Espíritu y hacernos hijos suyos, ¡partícipes de su vida por siempre feliz[4]! Y deseando que todos podamos alcanzar esa dicha, nos pide que, con la fuerza del Espíritu de la verdad, demos testimonio de él[5].
¡Cumplamos esta gran misión! Porque, como dice el Papa, nuestra felicidad no tiene precio y no se negocia[6]. ¡Cumplámosla! Aunque el ambiente no sea el mejor en casa, la escuela, el trabajo, el noviazgo y con los amigos. Aunque el mundo nos presione para que no tengamos más proyectos que consumir toda clase de sensaciones y emociones, usando y desechando a los demás.
“No teman a los hombres –exclama Jesús– Lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas”. Él nos pide no temer a los ataques y a las burlas ¿Porqué? Porque, a fin de cuentas, todo se pasa; y a la hora de la verdad, como dice san Hilario, en el juicio definitivo, se verá de cuán poco les valieron a los enemigos todas estas cosas[7].
¿A qué sí debemos temer? A quien puede arrojarnos para siempre al lugar de castigo. ¿Y quién puede hacerlo? Nosotros mismos, si cedemos a las tentaciones del demonio. Pero si nos mantenemos fieles a Jesús y lo reconocemos ante todos haciendo el bien a los que nos rodean, cuando llegue la hora, veremos cumplida su promesa: “yo también lo reconoceré delante de mi Padre, que está en los cielos”
Así lo ha comprobado santo Tomás Moro (1478-1535), esposo, padre de familia, profesionista y servidor público ejemplar, que, ante los intentos del Rey de abusar de su poder, prefirió renunciar a ser Canciller de Inglaterra antes que traicionar la verdad y la justicia. Incluso, frente las amenazas de muerte, respondió: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”[8]. Aunque su cuerpo murió injustamente condenado, por haber reconocido a Jesús, éste lo reconoció a él, y su alma vive para siempre feliz con el Padre.
Como Tomás Moro, hagamos un balance inteligente y reconozcamos a Jesús, que, como afirma san Juan Crisóstomo, quitándonos el temor, “nos hace superiores a los oprobios”[9]. Así, sin distraernos, podremos seguir el camino del auténtico desarrollo, personal, familiar y social, y alcanzar la dicha eterna ¡Vale la pena!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
____________________________________
[1] Cf. Sal 68.
[2] Cf. 1ª. Lectura: Jr 20,10-13.
[3] Cf. Sal 68.
[4] Cf. 2ª. Lectura: Rm 5,12-15.
[5] Cf. Aclamación: Jn 15, 26.27.
[6] Cf. Homilía, 24 de abril de 2016.
[7] Cf. In Matthaeum, 10.
[8] The EnglishWorks of Sir Thomas More, Londres, 1557, p. 1454.
[9] Cf. Homiliae in Matthaeum, hom. 34, 3.

