Hoy nos reunimos en la casa de nuestro Padre Dios, movidos por el amor y la gratitud a un hombre llamado por Jesús desde hace 54 años para ser presencia suya: Mons. Ignacio Lúa Gil, quien fuera nombrado por el Papa san Juan Pablo II Capellán de Su Santidad, en reconocimiento de sus buenas obras,
Estamos aquí sus hermanos, su familia, sus amigos. Muchos, por su medio, fueron liberados del pecado y hechos hijos de Dios en el Bautismo. Muchos recibieron el perdón de sus pecados, cuando ejerció como ministro de la misericordia divina en la Confesión. Muchos recibieron de sus manos el alimento que da vida eterna, la Eucaristía. Muchos le tuvieron como testigo de su matrimonio. Muchos, en la enfermedad, recibieron de él la unción que les comunicó la salud del alma y del cuerpo, o los preparó para el encuentro con Dios.
Muchos escucharon por su medio la Palabra de Dios. Muchos estuvieron en su oración y aprendieron de él a orar. Varios sacerdotes lo tuvieron como formador en el Seminario. Numerosos religiosos, religiosas y fieles lo tuvieron como Capellán y como Párroco. Decenas de consagrados y consagradas recibieron su guía como Vicario Episcopal. Muchos hermanos enfermos y minusválidos recibieron sus servicios como Coordinador de esta Comisión Diocesana de Pastoral.
Nos duele que un pastor con olor de oveja, como dice el Papa Francisco, haya terminado su misión entre nosotros en una época en que tanto lo necesitamos. Nos duele saber que en esta tierra no volveremos a mirarlo, a escucharlo y hablar físicamente con él. Nos duele, porque sentimos que el mundo se vuelve un poco más vacío sin él.
Pero este dolor no se convierte en una desesperanza que nos haga vivir tristes ¿Porqué? Porque creemos que Jesús, el enviado del Padre, murió y resucitó por amor para salvarnos. Por eso sabemos que, como dice san Pablo, a los que mueren en Jesús, “Dios los lleva con él” [1]. Ese Dios que es nuestro pastor, con el que nada nos falta[2]. El pastor que en Jesús se ha hecho uno de nosotros para conducirnos a las fuentes tranquilas de la unión con el Padre, que nos hace felices para siempre.
Por eso Benedicto XVI recordaba: “El verdadero pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con él, se encuentra siempre un paso abierto” [3].
¡Él es el verdadero pastor! ¡No hay otro! Sólo él puede conducirnos por las cañadas, a veces oscuras, a veces luminosas, dándole sentido a todo, y llevarnos a una vida plena que jamás tendrá final.
Por eso san Juan exclama: “Dichosos los que mueren en el Señor… que descansen ya de sus fatigas, pues sus obras los acompañan”[4]. ¡Esta es nuestra confianza! Porque el propio Jesús ha revelado: “he bajado del cielo para hacer la voluntad de mi Padre que me envió: que todo el que crea en el Hijo tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día”[5].
La voluntad de Dios es clara, como dice san Agustín: que no perezca ni siquiera uno[6]. Para eso envió a Jesús. Y para eso, mediante su Espíritu de Amor, nos pone en sus manos para que nos salve. Lo único que nos toca es ir a él ¿Cómo? Lo dice Alcuino: mediante la fe y las buenas acciones[7].
Mons. Lúa tuvo fe y buenas acciones. Por eso, y ante todo por la misericordia divina, confiamos que ha llegado ya a la Casa del Padre, desde donde seguirá intercediendo por nosotros, los que nos quedamos aquí, por un rato, peregrinando en esta tierra.
Si, somos peregrinos. Peregrinos que, después de esta, estupenda, dramática y temporal escena terrena, como decía el beato Pablo VI[8], queremos alcanzar la felicidad eterna. Peregrinos que, para lograrlo, ya sabemos lo que tenemos que hacer: creer en Jesús y tener buenas obras.
¡Vale la pena! Aunque a veces cueste trabajo. Es sólo por un rato. Ya lo decía santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”[9]. Por eso san Gregorio Magno aconseja: “No nos dejemos seducir por la prosperidad, ya que sería un caminante insensato el que, contemplando la ameneidad del paisaje, se olvidara del término de su camino”[10]. Que Nuestra Madre Santísima, Refugio de pecadores, interceda por Mons. Lúa, para que sea admitido por Dios en su Casa, y nos ayude a nosotros a no olvidar cuál el término de nuestro camino.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
3 de mayo de 2017
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[1] Cf. 2ª Lectura 1 Tes 4,13-14. 17-18.
[2] Cf. Sal 22.
[3] Spe salvi, 6.
[4] Cf. 1ª Lectura: Ap 14,13.
[5] Cf. Evangelio: Jn 6,37-40.
[6] Cf. Catena Aurea, 12635.
[7] Ídem.
[8] Cf. Testamento, www.vatican.va.
[9] www.cervantesvirtual.com.
[10] Homilía 14, 3-6: PL 76, 1130.