Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed (cf. Jn 4, 5-42)
Éxodo 17,3-7
Romanos 5,1-2.5-8
Juan 4,5-42
Todos compartimos una misma clase de sed: ser felices por siempre. Y en ocasiones, buscando calmarla, hemos ido una y otra vez al lugar equivocado: al pozo de las pasiones. “Cuando alguno llega hasta los placeres de esta vida –comenta san Agustín–, ¿no tiene sed de nuevo?”[1].
Cuando, con el cántaro del egoísmo, sacamos el agua del relativismo, el individualismo, la injusticia, la corrupción, la indiferencia y la violencia, nos provocamos una terrible sed de sentido, y sumimos a muchos en la aridez de la soledad, la inequidad, la pobreza, el miedo, el daño al medioambiente y la desesperanza.
Pero Dios, que nos creó por amor, deseoso de rescatarnos de la terrible sed que nos provocamos al desconfiar de él y pecar, con lo que abrimos la puerta del mundo al mal y la muerte, se hace uno de nosotros en Jesús, quien dando la vida por amor en la cruz, hace brotar el agua de su amor para que bebamos, como lo anunció a través de Moisés[2].
Jesús, que nos ama y, como señala el Papa, “nunca se detiene ante una persona por prejuicios”[3], al igual que hizo con la samaritana, se acerca a nosotros en su Iglesia, a través de su Palabra, sus sacramentos, la oración, el prójimo y los acontecimientos, sediento de nuestra fe[4], para que pueda darnos el agua de su Espíritu de Amor[5], que, haciéndonos hijos de Dios, sacia nuestra sed de ser felices por siempre.
¡No endurezcamos el corazón, ni seamos sordos a su voz[6]! ¡Reconozcamosle! Y como la samaritana, digámosle: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed”. Digámoselo, conscientes de que para que pueda llenarnos de su amor, primero debemos vaciar el corazón de aquello que nos impide recibirlo.
Como la samaritana, reconozcamos nuestras infidelidades y decidámonos a liberarnos de esas ataduras, dejando el “cántaro” del egoismo[7]. Así recibiremos el Agua de Amor, el Espíritu Santo, que nos llena de tal manera del amor incondicional e infinito del Padre, que nos convertimos en un manantial de amor para los demás ¡Así adoramos a Dios en “espíritu y verdad”!
Entonces, como la samaritana, podremos ir a los nuestros para comunicarles que hemos encontrado al Salvador, conscientes de que la familia y los que nos rodean, también están sedientos de felicidad. Con nuestra oración, nuestras palabras y nuestras obras, invitémosles a ir a Jesús, el único que puede calmar nuestra sed de una vida plena y eternamente feliz.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] In Ioannem, tract., 15.
[2] Cf. 1ª Lectura: Ex 17,3-7.
[3] Angelus, III Domingo de Cuaresma, 23 de marzo de 2014.
[4] SAN AGUSTÍN, Lib. 83 queast. qu. 64. “Siempre tiene el Señor sed por la fe de aquellos por los cuales ha derramado su sangre”.
[5] Cf. 2ª Lectura: Rm 5,1-2, 5-8.
[6] Cf. Sal 94.
[7] Cf. SAN AGUSTÍN, Lib 83 quaest. qu. 64.

