Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto (cfr. Mt 5, 17-37)
Eclo 15,15-20
1 Cor 2,6-10
Mt 5,17-37
Alejandro Magno estaba derrotando a Darío, rey de Persia, en la batalla que ambos sostenían. Entonces Darío le envió esta propuesta: “Si hacemos la paz, te ofrezco la mano de mi hija, la princesa Statira, con todo el territorio de Asia Menor y diez mil talentos como dote”. Al escuchar esto, Parmenón, consejero de Alejandro, dijo a éste: “Si yo fuera Alejandro, aceptaría”, a lo que Alejandro respondió: “También yo, si fuera Parmenón”. La respuesta tenía lógica; ¿Por qué conformarse con lo menos pudiendo tener lo más?
Nuestro Padre Dios, que nos ama y quiere lo mejor para nosotros, nos creó para ser por siempre felices con él. Y cuando vio que al desconfiar de él y pecar le abrimos las puertas del mundo al mal y la muerte, no se resignó, sino que, como dijo el Papa Francisco hace un año en su visita a México, “le echó ganas a la humanidad y nos mandó a su Hijo”[1].
“Jesús –comenta Benedicto XVI– es el Hijo de Dios que descendió del cielo para llevarnos al cielo, a la altura de Dios, por el camino del amor…. él mismo es este camino: lo único que debemos hacer es seguirle”[2]. Para eso nos da un “mapa”: los Mandamientos, haciéndonos ver que, como señala san Juan Crisóstomo, “han de llevarnos a preceptos más altos”[3].
De ahí que Jesús vaya a la raíz de la Ley: la intención, que para ser buena, debe basarse en el amor, que es la Sabiduría de Dios, la cual no es como la “sabiduría” de quienes dominan al mundo, y que, manipulando las leyes, hace del egoísmo la ley, lo que, además de dar sólo un éxito efímero, destruye a la familia y a la sociedad, provocando injusticias, pobreza, corrupción, indiferencia, violencia y muerte.
La sabiduría de Dios es perfecta y conduce a la gloria[4]. Por eso, Jesús nos hace ver, como explica el Papa, “que incluso las palabras pueden matar… Por lo tanto, no sólo no hay que atentar contra la vida del prójimo, sino que tampoco hay que derramar sobre él el veneno de la ira y golpearlo con la calumnia… las habladurías… matan la fama de las personas”[5].
Jesús, como decía san Juan Pablo II, nos invita a descubrir el valor de la reconciliación, del respeto a la dignidad y los derechos de todas las personas, especialmente de las mujeres, y a hacer nuestra la “virtud de la veracidad”[6].
Dios pone ante nosotros el camino del amor, que conduce a una vida plena, a un desarrollo integral, a un verdadero progreso que llegue a todos, y a la felicidad eterna. Lo que cada uno escoja le será dado[7]. Dichosos seremos si seguimos el camino que él nos ha mostrado[8].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Encuentro con las familias, Tuxtla Gutiérrez, 15 de febrero de 2016.
[2] Cf. Ángelus, 13 de febrero de 2011.
[3] Homiliae in Matthaeum, hom. 16,5.
[4] Cf. 2ª Lectura: 1Co 2,6-10.
[5] Ángelus 16 de febrero de 2014.
[6] Memoria e Identidad, Ed. Planeta, México, 2005, p. 43.
[7] Cf. 1ª Lectura: Ecclo 15,16-21.
[8] Cf. Sal 118.