¿Eres tú el que ha de venir? (cf. Mt 11, 2-11)
Isaías 35,1-6.8-10
Santiago 5,7-10
Mateo 11,2-11
A veces nos sentimos desanimados cuando nuestras pasiones y debilidades nos ganan. Cuando tenemos problemas en casa, la escuela y el trabajo. Cuando vemos un mundo plagado de confusión, egoísmo, mentira, injusticia, inequidad, corrupción, pobreza, violencia y muerte. Pero hoy Isaías nos anima con esta buena noticia: “Sean fuertes; Dios viene a salvarlos” (1).
¡Sí! En Jesús, Dios se hace uno de nosotros para liberarnos del pecado (2), que nos impide ver la realidad, obstaculiza todo avance, nos desfigura y nos hace contagiosos, nos incapacita para escucharlo a él y a los demás, nos convierte en muertos en vida y nos condena a la soledad absoluta e inmutable del amor reusado ¡Jesús nos resucita a una vida plena y feliz para siempre! ¡Dichoso el que no se siente defraudado por él!
Sin embargo, aunque su acción ya comenzó, todavía está en proceso. Por eso debemos ser pacientes (3), como el agricultor, que luego de sembrar sabe que tiene ante sí meses de espera, en los que debe unir fe y razón, “pues –dice Benedicto XVI–, por una parte, conoce las leyes de la naturaleza y cumple con su trabajo, y, por otra, confía en la Providencia, dado que algunas cosas fundamentales no dependen de él, sino que están en las manos de Dios” (4).
Así lo comprendió y lo vivió Juan el Bautista, quien confiando en Dios hacía lo que le corespondía mientras esperaba al Salvador que lo llevaría todo a su plenitud. Por eso, cuando escuchó las maravillas que Jesús hacía, mandó preguntarle si era él el esperado, a lo que el Señor respondió con el testimonio de sus obras que, como dice Crisóstomo, “tiene más fuerza que el de las palabras” (5).
El Bautista pudo reconocerlo, porque no era como la caña, “agradable al exterior –dice san Hilario– y nula en el interior” (6). Él no era vacío ni superficial. No necesitaba llenarse de cosas para sentir que valía. No aparentaba para impresionar. Era lo que era; un hombre de Dios. Por eso la gente se sentía atraída hacia él, que llevaba a todos al único que puede darnos solidez para siempre: Dios.
Si como Juan, unidos a Dios hacemos lo que nos toca para construir un mundo mejor, amando, comprendiendo, siendo justos, ayudando, perdonando y pidiendo perdón, prepararemos el camino del Señor en nosotros mismos, en nuestra familia y en nuestra sociedad, de tal modo que cuando vuelva, pueda llevarnos a la vida por siempre feliz que sólo él puede dar.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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(1) Cf. 1ª. Lectura: Is 35,1-6.10.
(2) Cf. Sal 147.
(3) Cf. 2ª. Lectura: St 5,7-10.
(4) Ángelus, 12 de diciembre de 2010.
(5) In Matthaeum, 36,2.
(6) In Matthaeum, 11.