Conviértanse, porque el Reino de los cielos está cerca (cf. Mt 3, 1-12)
Isaías 11,1-10
Romanos 15,4-9
Mateo 3,1-12
En aquel tiempo, como hoy, las cosas estaban difíciles. El pueblo sufría la opresión de una potencia extranjera. Muchos gobernantes y líderes sociales y religiosos buscaban su propio beneficio a costa de los demás. La gente, en su mayoría, confundida y dividida por las diferentes ideas que se tenían acerca de lo que les ofrecería el Mesías esperado, era manipulada o se quedaba “paralizada”. Pero Dios envió a Juan para anunciar: “Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos”.
¿Cuál es ese reino? La unión con Dios, creador amoroso e inteligente de todas las cosas, que se ha hecho uno de nosotros en Jesús para darnos su Espíritu, liberarnos del pecado y hacernos hijos suyos, partícipes de su vida por siempre feliz (1). Él nos tiende su mano para salvarnos. A nosotros toca estrecharla. Para eso debemos soltar lo que, como una piedra, nos jala hacia abajo; hacia el mal y la muerte. Por eso Juan nos dice: “corríjanse”.
¿De qué debemos corregirnos? De ser egoístas. De hacer a un lado a Dios de nuestra vida. De inventarnos nuestra verdad. De tratar a los demás como objeto de placer, de producción o de consumo. De ser indiferentes a sus necesidades y sufrimientos. De ser esclavos del dinero, la moda y las cosas. De ser flojos, envidiosos, corruptos, chismosos, rencorosos y violentos en casa, la escuela, el trabajo, el noviazgo y la sociedad.
También debemos corregirnos del anestesiar la conciencia pensando que aunque nos portemos mal al final Dios nos va a salvar, porque es tan bueno que no puede condenar a nadie al infierno. Efectivamente, Dios es bueno. Y porque es bueno, no puede convertir la injusticia en derecho (2). Por eso dará a cada uno lo que con sus obras haya elegido.
Elijamos desde ahora el bien. Así, construyendo un mundo mejor, prepararemos el camino del Señor en nuestra vida, nuestra familia y nuestra sociedad, como hizo Juan, cuya prédica tenía fuerza porque vivía con coherencia. No se ponía en el centro. Daba su lugar a Dios. No se dejaba esclavizar por las cosas. No engañaba a nadie ¡Era libre!
Quizá sintamos que esto es muy difícil ¡Ánimo! Dios, que nos enseña y nos consuela, nos ayuda a mantener la paciencia y la esperanza, y a llevarnos bien con todos (3). Sólo hace falta que lo dejemos (4), comprendiendo que, como señala san Agustín: “El que no se arrepiente de su vida pasada, no puede emprender otra nueva” (5).
¡Emprendamos hoy una vida nueva! ¡Una vida que llegue a ser eterna! Para ello, tengamos presente que, como dice el Papa Francisco, “la solución a los problemas que nos aquejan, nunca consistirá en escapar de una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos comprometa con los otros” (6). Que Nuestra Madre, Mujer del Adviento y Refugio de los pecadores, interceda por nosotros para que le echemos ganas.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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(1) Cf. 1ª. Lectura: Is 11,1-10.
(2) Cf. Spe salvi, 44.
(3) Cf. 2ª. Lectura: Rm 15, 4-9.
(4) Cf. Sal 72.
(5) Catena Aurea, 3301
(6) Evangelii Gaudium, 91.