Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya
Hechos 2,1-11
1 Corintios 12,3-7.12-13
Secuencia
Juan 20,19-23
Con la solemnidad de Pentecostés coronamos la cincuentena pascual. Con esta gran fiesta cerramos el tiempo litúrgico de la pascua, caracterizado por la alegría, la vida nueva y el testimonio que Cristo resucitado ha infundido en cada uno de sus discípulos misioneros. Hoy celebramos, en toda la Iglesia universal, la llegada del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en un mismo lugar.
Hoy, oficialmente, nace nuestra Iglesia, fundada por Jesucristo en el cimiento del colegio apostólico. En efecto, así como el pueblo de Israel quedó oficialmente constituido como Pueblo de Dios por medio de dos grandes eventos: la pascua en Egipto y la alianza en el desierto, así la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, nace oficialmente a partir de la pascua de Jesucristo y la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. ¡Qué magnífica relación de eventos!
Cada uno de los textos bíblicos que leemos en la Eucaristía de este domingo nos presenta algunos aspectos significativos en torno al papel que el Espíritu Santo desempeña en la vida de la Iglesia y de los creyentes. En la primera lectura, por ejemplo, destacamos cómo se dan dos situaciones nuevas cuando los apóstoles reciben el don del Espíritu. En primer lugar, se llenan de valentía y salen a predicar el Evangelio; en segundo lugar, el Espíritu hace posible que la predicación sea entendida por todos en su misma lengua. El Espíritu Santo, por consiguiente, inspira hoy en día a los bautizados la valentía para ser predicadores infatigables del Evangelio de Jesucristo. Así mismo, es factor de unidad entre todos los seres humanos.
San Pablo en Primera Corintios, al hablar del Espíritu Santo, resalta dos cosas: El Espíritu nos mueve a orar y a llamarle a Jesús “Señor”; así como también, distribuye dones diferentes entre los fieles, conservando y favoreciendo la unidad de la Iglesia. Una persona espiritual, por consiguiente, se distingue precisamente en ser alguien con una profunda vida de oración y en poseer, además, dones del Espíritu: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor de Dios.
En el evangelio, Jesús resucitado concede a sus discípulos el don del Espíritu Santo soplando sobre ellos: “Reciban el Espíritu Santo…”. Podemos destacar que el Señor Jesús repite el gesto de Dios en la creación del hombre, cuando soplando sobre él, le infundió un espíritu de vida (cf. Gén 2,7); aquí el don del Espíritu que obsequia a los suyos está asociado con la paz, el envío y el perdón. En efecto, Jesús saluda a los discípulos varias veces diciéndoles: “La paz esté con ustedes”; pero añade: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Y, por último, les dice: “A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados…”. Tres grandes compromisos debemos asumir al celebrar esta fiesta de Pentecostés: ser hombres y mujeres de paz, comprometidos en la evangelización, disfrutando del ministerio del perdón que nuestros obispos y sacerdotes nos ofrecen.
Con el salmista elevemos una ferviente oración a Dios en este domingo de Pentecostés: “Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya”. Amén.
+ Ruy Rendón Leal
Administrador diocesano de Matamoros
Arzobispo electo de Hermosillo