Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo?
Hechos 1,1-11
Hebreos 9,24-28; 10,19-23
Lucas 24,46-53
La solemnidad de la Ascensión del Señor al cielo nos recuerda dos realidades fundamentales para nosotros los seres humanos: la tierra y el cielo. Ambas realidades, más que entenderlas como simples espacios, debemos contemplarlas como lugares teológicos, espacios donde nuestra relación con Dios adquiere un significado particular. Somos hombres y mujeres de fe, por ello aquí en la tierra sin ver a Dios, creemos en él y nos esforzamos en llevar una vida de acuerdo al Evangelio; en el cielo, en cambio, la fe ya no tendrá razón de ser, puesto que veremos a Dios, cara a cara, y disfrutaremos de su presencia por toda la eternidad. La tierra y el cielo, pues, están estrechamente vinculados: nuestra vida en la tierra depende del cielo y el cielo para nosotros depende de nuestra vida en la tierra.
El libro de los Hechos nos narra cómo Jesús, antes de subir al cielo, les hace una promesa y les encomienda una misión a sus discípulos: “pero cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra”. Esta promesa y esta misión, juntas, expresan que, como discípulos del Jesucristo, estamos llamados a dar testimonio de él en todo el mundo, con la fuerza del Espíritu Santo. Es una misión que va más allá de nuestras “cercanas fronteras” (casa, barrio, parroquia, diócesis). Debemos entender que como discípulos misioneros hay que salir a las periferias, en búsqueda de los más alejados y necesitados.
Dos ángeles les dicen a los discípulos cuando ven a Jesús que sube al cielo: “Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse”. Nuestra vida aquí en la tierra debe ser asumida con responsabilidad y compromiso, luchando por construir un mundo más humano, una sociedad más digna. Cada uno de nosotros tenemos que aportar nuestros talentos en este esfuerzo permanente. Y en este quehacer diario, nuestros ojos deben estar dirigidos al cielo a las promesas divinas; sólo con una visión de fe podremos entender plenamente y lograr eficazmente nuestra misión en la tierra.
El evangelio, por último, viene a sintetizar estos grandes temas de reflexión. En efecto, Jesús, antes de subir al cielo, les dice claramente a sus discípulos, a la manera de un testamento: “Ustedes son testigos de esto…. Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad hasta que reciban la fuerza de lo alto”. El texto termina diciendo que Jesús se fue elevando al cielo y que, los discípulos, “después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo… y permanecían en el templo, alabando a Dios”.
En la Misa de este domingo de la Ascensión, meditemos en las palabras del Prefacio: “No se fue para alejarse de nuestra pequeñez, sino para que pusiéramos nuestra esperanza en llegar, como miembros suyos, a donde él, nuestra cabeza y principio, nos ha precedido”. Amén.
+ Ruy Rendón Leal
Administrador de Matamoros
Arzobispo electo de Hermosillo