Si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto
Jeremías 31,31-34
Hebreos 5,7-9
Juan 12,20-33
El domingo anterior meditamos en el gran amor que Dios ha tenido al género humano ya que no escatimó entregarnos a su propio Hijo como Salvador del mundo. Ahora, en el quinto domingo de Cuaresma, reflexionaremos en un importante tema que el Señor nos presenta en el texto del evangelio.
El relato de san Juan comienza diciendo que unos griegos querían ver a Jesús. Magnífico deseo si consideramos que el verbo “ver” es clave en la teología del cuarto evangelio. La actitud de estas personas griegas denota “búsqueda”, deseo de “conocer” y, por qué no decirlo, de “fe” en la persona de Jesucristo.
Cuando el Señor se entera de que lo buscan, responde diciendo: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado… Si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere…; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece…, se asegura para la vida eterna”. Para entender estas palabras de Jesús hay que recordar cómo nuestro Señor, al comienzo del evangelio de San Juan, le dice a su Madre: “Mujer, todavía no llega mi hora…”.
Al parecer, al entrar en escena los paganos, la hora de Jesús ha llegado, es decir, su glorificación está a la puerta, puesto que él, como el grano de trigo, caerá en la tierra, morirá, y así producirá un fruto de salvación eterna, no sólo para los judíos, sino para toda la humanidad.
A ejemplo suyo, también nosotros debemos estar dispuestos a “aborrecernos”, es decir, a no “buscarnos” a nosotros mismos, sino más bien buscar a Dios y a nuestro prójimo, y a ellos amarlos y servirlos. Aquí tenemos la clave del éxito y de nuestra propia felicidad. Se trata de volcarnos hacia Dios y hacia nuestros hermanos poniéndolos a ellos en el centro de nuestra existencia. Si hacemos esto nuestra vida fructificará notablemente y nos sentiremos felices y realizados como hombres y mujeres de fe.
No olvidemos, además, que quien sirve a los hermanos más necesitados, sirve a Jesús, siendo extraordinaria su recompensa: “El que me sirve será honrado por mi Padre”.
Contemplemos este domingo a Cristo crucificado; contemplemos su aparente derrota y fracaso, que en realidad es su triunfo y su gloria, puesto que muriendo en la cruz nos ha conseguido vida eterna.
En la Misa de este cuarto domingo de Cuaresma le pedimos a Dios nuestro Señor que nos siga fortaleciendo para que a ejemplo de Jesús, también nosotros estemos en la mejor disposición de dar la vida por nuestros hermanos. Amén.
+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros