Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados
(cf. Mt 11, 25-30)
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Hay veces que no aguantamos más; enfermedades, penas, problemas. ¡Tantas cosas! ¿Y qué es lo peor que puede pasarnos cuando sufrimos? Sentir que estamos solos, que nada tiene sentido y que no hay esperanza. Pero Dios, que es bueno con todos[1], se hace uno de nosotros en Jesús y nos dice: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados, y yo les daré alivio”.
Jesús nos libera del desorden egoísta del pecado, que nos daña a nosotros mismos y a los demás, y que termina por destruirnos[2], y nos lleva adelante, compartiéndonos su Espíritu y uniéndonos a Dios, que hace la vida por siempre feliz[3].
Solo necesitamos ser sencillos y dejarle que nos ayude. Así recibiremos su paz; esa paz que proviene de su amor y que alcanza el que ama como él. Por eso nos dice: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”.
Se trata, como explica san Gregorio Magno, de evitar todo deseo que nos pueda perturbar; de querer el bien, no el mal; de amar a todos y no aborrecer a nadie; de alcanzar lo eterno y no anclarse en lo presente; de no hacer a otro lo que no quisiéramos que nos hicieran a nosotros[4]; de cargar, como dice el Papa, con el peso de los demás y no cargar sobre ellos nuestras ideas, nuestras críticas o nuestra indiferencia[5].
Jesús te invita a ir a él, que viene a ti en su Palabra, en la Eucaristía, en la Liturgia, en la oración y en el prójimo. Ábrele el corazón con sencillez, sin complicaciones. Porque si piensas que lo sabes todo, te encerrarás en ti y no le dejarás entrar para ayudarte. Reconoce que él es Dios y que todo está en sus manos. Tenle confianza y vive como enseña: siendo amable y sabiendo ubicarte. Así, aún en medio de las dificultades, encontrarás el descanso que tanto estás buscando.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 144.
[2] Cf. 2ª. Lectura: Rm 8, 9.11-13.
[3] Cf. 1ª Lectura: Zac 9,9-10.
[4] Cf. Moralia 4, 39.
[5] Cf. Ángelus, 6 de julio de 2014.