Dichosos los pobres de espíritu (cf. Mt 5, 1-12)
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Quieres ser feliz. ¿Verdad? Pero quizá veas que no es fácil. Porque aunque tengas salud, una familia bonita, buenos amigos y lo necesario para vivir, seguramente algún día te has preguntado: “¿Esto es todo?”.
Y es que nada en este mundo, por maravilloso que sea, llena totalmente, ni dura para siempre. San Agustín lo comprendió. Por eso decía: “¿Cómo puede ser bienaventurada nuestra vida faltándonos el bien único por el que vivimos bien?”[1].
Solo en Dios, que es el mismísimo amor, podemos ser total y eternamente felices. Para eso nos creó. Y aunque nos perdimos al alejarnos de él, envió a Jesús para que, haciéndose uno de nosotros y amando hasta dar la vida, nos rescatara de la cautividad del pecado[2], nos uniera a sí mismo[3], nos compartiera su Espíritu, nos hiciera hijos de Dios, y nos mostrara el camino para llegar a él.
Así lo hace a través de las bienaventuranzas, que son un estilo de vida que nos permite salir adelante y llegar a la meta. Un estilo de vida que él mismo ha practicado, y que comienza por ser realistas y reconocer que no lo sabemos ni lo podemos todo.
“Los que creen que ellos solos poseen una inteligencia superior a los demás –comenta Sófocles–, muestran solo la desnudez de su alma. Al hombre, por sabio que sea, no debe causarle vergüenza aprender de otros siempre más” [4].
Necesitamos de Dios, que todo lo sabe, que todo lo puede y que nos ama. Ese Dios que viene al encuentro de quien lo busca[5], a través de su Palabra, de la Eucaristía, de la Liturgia, de la oración y del prójimo.
Así recibimos la fuerza de su Amor para reconocer nuestros errores, arrepentirnos y mejorar, atreviéndonos, como dice el Papa, a compartir el sufrimiento ajeno[6], esforzándonos por ser misericordiosos, con un corazón limpio de egoísmos, envidias y rencores, y así, como dice san Ambrosio, en paz con nosotros mismos, ofrecer paz a los demás[7].
Claro que al igual que cuando nos decidimos a llevar una vida saludable tenemos que luchar con nosotros mismos, con incomprensiones de otros y muchas tentaciones, lo mismo sucede cuando queremos seguir el programa de las bienaventuranzas. Pero si perseveramos sin darnos por vencidos ni dejarnos vencer, saltaremos de alegría por el resultado. ¡Será nuestro el Reino de los cielos!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Carta a Proba, 7, 14.
[2] Cf. Sal 145.
[3] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 1, 26-31.
[4] Antígona, Pehuén Editores, 2001, p. 18.
[5] Cf. 1ª Lectura: Sof 2, 3; 3, 12-13.
[6] Cf. Gaudete et exsultate, 76.
[7] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 1, 26-31.

