Arrepiéntanse, porque el Reino de los cielos está cerca (cf. Mt 3, 1-12)
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El Bautista estaba unido a Dios. Por eso podía vivir unido internamente, tomar el control de sí mismo, ser coherente y hacer lo que Dios le pedía:ayudar a muchos a vivir esa unidad y esa paz que Jesús vino a traer[1]. Por eso predicaba: “Arrepiéntanse, porque el Reino de los cielos está cerca”. Su voz resuena en este Adviento, que nos prepara a celebrar el nacimiento de Jesús, que viene cada día a echarnos la mano a través de su Palabra, de la Eucaristía, de la Liturgia, de la oración y del prójimo, y que volverá al final de los tiempos para llevarnos al Padre, en quien seremos felices por siempre.
¿Cómo prepararnos a este maravilloso encuentro? Mejorando, conscientes de que, como dice san Agustín: “El que no se arrepiente de su vida pasada, no puede emprender otra nueva”[2]. No seamos como los fariseos y los saduceos que, como señala San Gregorio Magno: “gloriándose de la nobleza de su raza, no querían reconocerse pecadores”[3].
No nos sintamos perfectos. No pensemos que la esposa, el esposo, los hijos, los papás, los hermanos y los demás son los que tienen que cambiar, porque entonces no podremos corregir lo que estamos haciendo mal. “El reino de Dios –recuerda el Papa–… está ya presente… La condición para entrar a formar parte de este reino es… un cambio en nuestra vida… un paso adelante cada día… dejar los caminos… engañosos… del egoísmo, del pecado[4].
Podemos hacerlo, porque Jesús nos ayuda[5]. Él, en quien Dios se ha hecho uno de nosotros para rescatarnos del pecado, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos suyos, es fuente de esperanza, de paciencia, de consuelo y de unidad[6]. De esa unidad que es fruto del amor.
¡Hay tanta división en nosotros mismos, en casa, en la escuela, en el trabajo, en México y en el mundo! Pero eso puede cambiar. ¡Para eso vino Jesús! Recibámoslo, corrigiendo lo que nos impide hacerlo. Así reinaremos con él, siendo constructores de unidad con Dios, con nosotros mismos y con los demás, aceptándonos unos a otros, como Cristo nos ha aceptado, a pesar de nuestras limitaciones y fallas.
Si queremos que la familia y los demás nos hagan caso, y poco a poco le vayan entrando a esa unidad, sigamos el ejemplo de Juan, al que la gente escuchaba porque con su vida testimoniaba lo que predicaba. Haciéndolo así, atraeremos a muchos y los animaremos a ser uno en Dios.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª. Lectura: Is 11,1-10.
[2] En Catena Aurea, 3301.
[3] Homiliae in Evangelia, 20, 8
[4] Ángelus 4 de diciembre de 2016.
[5] Cf. Sal 72.
[6] Cf. 2ª. Lectura: Rm 15, 4-9.

