Dios es Dios de vivos (cf. Lc 20, 27-38)
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Que los humanos pudiéramos volar era un deseo que durante siglos se consideró una fantasía; algo que solo sucedía en cuentos y leyendas. Incluso, los muchos y fracasados intentos que se hicieron, parecían confirmarlo. Sin embargo, algunos insistían en que era posible. Hoy, millones de personas en el mundo vuelan todos los días en aviones y helicópteros. El sueño se ha hecho realidad.
En otra época, la gente que vivía en lugares remotos debía resignarse a no ver ni escuchar a sus seres queridos. Hoy, a través de internet, de FaceTime y de otros medios, podemos comunicarnos a distancia con la familia y los amigos, tener clases, realizar tareas en equipo, participar en grupos de oración, y sostener reuniones de trabajo y de negocios. El sueño se ha hecho realidad.
Hace algunos años, pensar en un teléfono portátil y sin cables era cosa de ciencia ficción. Hoy el celular y los teléfonos inteligentes son algo cotidiano que millones de personas utilizamos. Y ya no solo sirven para hacer o recibir llamadas, sino que son pequeñas computadoras con funciones que sobrepasan lo que en otro tiempo ni siquiera hubiéramos imaginado. El sueño se ha hecho realidad.
Esto demuestra que aunque algo rompa nuestros esquemas o parezca muy difícil, no por eso es imposible. Es lo que Jesús nos hace ver al aclararle a los saduceos que no es fantasía lo que nos espera: la vida eternamente feliz con Dios, enteritos, con nuestro cuerpo y nuestra alma.
Los saduceos, que como explica san Beda, no lo entendían, para tildar de locura la fe en la resurrección de los muertos, inventaron una fábula[1]. Y es que hay quienes, al no comprender algo, lo rechazan. “No merece la atención de la gente sensata”, dijo un comité cuando Edison presentó la bombilla incandescente. “Es un sueño en el que no hay que perder el tiempo”, dijeron algunos cuando Baird hizo la primera transmisión de Televisión. Eso pasa cuando nos anclamos a lo inmediato.
Pero Jesús, que ha venido a salvarnos, nos invita avanzar, haciéndonos ver que, como dice el Papa, esta dimensión terrenal no es la única, sino que hay otra definitiva, en la que se manifestará plenamente que somos hijos de Dios[2]. Esto cambia nuestra perspectiva. Nos anima a toda clase de obras buenas[3], convencidos de que, como dijo el joven macabeo al rey que quería hacerlo traicionar su fe: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que el Señor nos resucitará”[4].
Lo que nos espera es tan grande y definitivo, que vale la pena el esfuerzo por alcanzarlo. Seamos fieles a Dios. Unámonos a él a través de su Palabra, de la Eucaristía, de la Liturgia, de la oración y del prójimo. Amemos y hagamos el bien a la familia y a los que nos rodean, especialmente a los más necesitados. Así podremos contemplar su rostro y saciarnos de él por toda la eternidad[5].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. En Catena Aurea, 11027.
[2] Cf. Ángelus, 10 de noviembre 2019.
[3] Cf. 2ª Lectura: 2 Tes 2,16-3,5
[4] Cf. 1ª Lectura: 2 M 7, 1-2. 9-14.
[5] Cf. Sal 16.

