He venido a traer fuego a la tierra (cf. Lc 12, 49-53)
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A veces todo parece tranquilo, aunque en realidad las cosas no anden bien. Así pasa cuando no nos percatamos de que estamos enfermos, hasta que nos ponemos graves. O cuando, creyendo que todo es normal en casa y en nuestros ambientes, seguimos hablando y actuando como siempre, sin darnos cuenta de que estamos lastimando a la pareja, a los hijos, a los papás, a los hermanos y a los compañeros, hasta que un día la bomba estalla.
Dios, que nos ama, no quiere eso para nosotros; no quiere que nos destruyamos, ni que destruyamos a los demás. Por eso envió a Jesús, que, haciéndose uno de nosotros y amando hasta dar la vida, nos ha traído el fuego de su Espíritu de amor, que, como explican san Cirilo, san Ambrosio y san Juan Crisóstomo, nos purifica del pecado y nos renueva, produciendo esa buena voluntad que nos impulsa a mejorar[1].
Claro que mejorar implica esfuerzo. Por eso Jesús advierte que ha venido a traer la división. Él, como explica el Papa, nos pone en “crisis”[2]; nos hace reaccionar para que nos decidamos a liberarnos del pecado que nos ata y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante, fijando la mirada en Jesús[3], que nos enseña que la única manera de avanzar hasta la meta es amar a Dios y al prójimo, aunque a veces eso nos meta en problemas, como le pasó al profeta Jeremías[4].
¿Y saben cuál es el primer problema que enfrentamos? A nosotros mismos. Por eso Jesús nos previene: “En adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres”. San Ambrosio explica que esto significa que nuestros cinco sentidos nos harán la guerra cuando, iluminados por el Espíritu Santo, procuremos actuar racionalmente[5].
Sí, tendremos que luchar para no sentirnos más que los demás y para no usarlos como si fueran objetos. Tendremos que luchar para no encerrarnos en nosotros mismos y dejar que cada uno se las arregle como pueda. Tendremos que luchar para dedicarle menos horas a las diversiones y a las redes sociales, y darle más tiempo a la familia. Tendremos que luchar para decirle “no” a una mala amistad, a una adicción, a la mentira, a los chismes, al bullying, a la injusticia, a la corrupción y a la violencia.
Pero en esta lucha no estamos solos; Dios, que nos escucha[6], nos echa la mano a través de su Palabra, de la Eucaristía, de la Liturgia, de la oración y del prójimo, para que, recibiendo el fuego de su Espíritu de amor que nos transforma, lo compartamos con todos, y así hagamos que las cosas mejoren en casa, en la escuela, en el trabajo y en el mundo, hasta que su ardor nos haga felices por siempre.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Catena Aurea, 10249.
[2] Cf. Ángelus, 18 de agosto de 2019.
[3] Cf. 2ª Lectura: Hb 12,1-4.
[4] Cf. 1ª Lectura: Jr 38, 4-6.8-10.
[5] Cf. Catena Aurea, 10249.
[6] Cf. Sal 39.

