Hoy les ha nacido un salvador (cf. Lc 2,10-11)
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Era de noche. Porque el pecado que la humanidad cometió había sumido la existencia en las tinieblas del mal y de la muerte. Pero Dios no nos despreció. No nos abandonó a las consecuencias de nuestro error.
No se resignó a que las cosas fueran así, sino que le entró para cambiarlo todo: se hizo uno de nosotros en Jesús y nació de la Virgen María para rescatarnos del pecado, darnos su Espíritu y hacernos hijos suyos, partícipes de su vida por siempre feliz[1].
¡Eso es lo que celebramos en Navidad! Lo único que necesitamos para recibirlo es estar vigilantes, como los pastores en Belén, que, aunque era de noche, hacían lo que debían hacer. Si a pesar de nuestras caídas, de las penas y de los problemas le echamos ganas a nuestra vida, a nuestro matrimonio, a nuestra familia y a nuestra sociedad, encontraremos a Jesús, que ha venido a nosotros, y volveremos transformados, llenos de su amor para compartirlo con los demás[2].
No pensemos que esto va a ser fácil. Habrá muchos obstáculos y tentaciones. Sin embargo, el Niño en el pesebre nos demuestra que sí se puede. Él no vino al mundo en las mejores condiciones. Desde el principio enfrentó dificultades y carencias. Las cosas no salieron como humanamente se hubiera esperado. Pero él, fiado en el Padre, le entró para iniciar esa cadena de transformaciones que nos llevarán a una vida mejor.
Jesús nos invita a entrarle también para hacer que todo mejore en nuestra vida, en casa y en el mundo, llevando una vida sobria, justa, fiel a Dios, amando y haciendo el bien[3]. No esperemos a ser perfectos para empezar. No esperemos a que todo sea como queremos para echarle ganas. No esperemos a que los demás mejoren para amarlos y hacerles el bien. Lo que los demás hagan no está en nuestras manos, sino lo que nosotros podemos hacer.
Así lo enseña Jesús; aunque al nacer encontró un mundo oscuro con muchas puertas cerradas, le echó ganas y nació en un pesebre para hacerse don y entregársenos como alimento en su Palabra, en sus sacramentos –especialmente en la Eucaristía–, y en la oración, y así echarnos la mano para irnos transformando hasta que vivamos con dignidad, como dice san Cirilo[4].
Tengamos un poquito de buena voluntad y dejémonos buscar por él. Y dejándonos amar y salvar por él, hagámonos don para los demás. Porque, como dice el Papa, la mejor manera de cambiar el mundo no es tratar de cambiar a los otros, sino cambiar nosotros, haciendo de nuestra vida un don[5].
+Eugenio A. Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: Is 9,1-3.5-6.
[2] Cf. Sal 95.
[3] Cf. 2ª Lectura: Tit 2,11-14.
[4] Cf. Catena Aurea, 9206.
[5] Cf. Homilía en la Natividad del Señor, 24 de diciembre de 2019.